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El papel pintado amarillo de Charlotte Perkins Gilman (Avenauta, 2022)

Por Lou Reyes



Charlotte Perkins Gilman escribió El papel pintado amarillo, una muestra impecable de relato gótico y feminista, tras vivir en 1887 una situación de mala praxis médica en su depresión posparto. Su manuscrito supuso para ella la celebración de haber salido airosa de aquello: “Estuve tan al borde de la completa ruina mental que pude asomarme a ella”.

Se publicó por primera vez en 1891, en la New England Magazine, generando debate entre los psiquiatras de la época por el contenido y, sobre todo, por la forma. Ese gremio lo tachó de algo menor, de un tipo de literatura, sin ahondar más en ello. Sería precisamente ese género de narrativa autoficcionada la que marcaría el interés de los lectores y cumpliría el deseo de la misma Perkins: “No pretendía enloquecer a nadie, sino salvar a la gente de la locura, y funcionó.”

La edición que aborda esta reseña es de la editorial Avenauta, ilustrada de forma exquisita por Laura Varsky y dentro de la colección “Escritoras que ensancharon los caminos literarios”. Esta edición no sólo recoge el relato que nos ocupa, de 1892, sino que incluye la explicación publicada en 1913 de la propia autora respecto a por qué lo escribió.



El papel pintado amarillo

Este relato, tan didáctico como complejo, podría ser utilizado en programas de psicoeducación para la promoción de la salud mental y el autocuidado en adolescentes y mujeres embarazadas. Charlotte Perkins Gilman nos enseña la vulnerabilidad de una madre primeriza en los primeros meses tras el parto, donde todos a su alrededor toman las decisiones importantes excepto ella, incapaz o incapacitada para ser la protagonista de su propia vida. 

 

John es médico y quizá, (…) quizá sea esa la razón por la que no me recupero más rápido.

¡Él no cree que esté enferma!

Y una, ¿qué puede hacer?

 

En este mes de marzo, no podía faltar esta narrativa tan necesaria, que reivindica los derechos de las mujeres como propios. El texto genera unas imágenes detalladas y precisas, y una corporalidad vicaria que permite sentir en la medida justa y, de ahí, la capacidad de contención de Perkins y su pluma, lo que la protagonista vive a lo largo de los tres meses que transcurren en El papel pintado amarillo. 

 

Pero hay algo más en ese papel… ¡El olor! (…) Invade toda la casa. (…) con estos días de humedad es terrible.  Me despierto de noche y lo encuentro flotando sobre mí. Solía perturbar al principio.  Pensé en serio en quemar la casa para alcanzar el olor. Pero ya me he acostumbrado.  Lo único que puedo pensar de él es que es del color del papel. ¡Un olor amarillo!



El papel pintado amarillo


La protagonista, que por no tener no tiene ni nombre, atraviesa un periodo muy duro donde transita los roles de madre y esposa casi olvidando el propio, el identitario, el de mujer escritora. Y este conflicto interno, en aquel entonces y también ahora, nos lleva al incuestionable poder de la palabra.


“No sé por qué escribo esto.

No quiero.

No me siento capaz.

Y sé que John pensaría que es absurdo. Pero tengo que decir lo que siento de algún modo. ¡Me desahoga tanto!”

 

Charlotte Perkins Gilman merece ser honrada de la forma que eligió. Leamos su Papel pintado amarillo y dejémonos atrapar por este relato del que han bebido voces tan actuales como Mariana Enríquez o María Fernanda Ampuero (a la que agradezco me descubriera esta joya). Así como otras tantas anónimas y dignas herederas de ese legado por la lucha de la presencia de la mujer en la vida pública, ampliando entornos y experiencias para el mantenimiento de una buena salud mental y una vida plena.

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